El ingeniero pudo encontrar pronto alivio en las tareas del campo que había adquirido, a las que se dedicó con la pasión y el entusiasmo que lo caracterizarían siempre, pero sin abandonar del todo sus hábitos del playboy de su juventud, ya que continuó practicando gimnasia y haciendo largas caminatas todas las mañanas, pero ¿qué pasaba con ella...?
En cambio Olga, su mujer, no encontraba consuelo a pesar de la felicidad que sentía por compartir el amor de su compañero. Cerraba los ojos y evocaba su fiesta de casamiento, su luna de miel recorriendo Europa, sus amigas, vestidos, fiestas, sus estudios y sobre todo su familia que no sabía si volvería a ver, y cuando los volvía a abrir le parecía estar viviendo una pesadilla. Había momentos en que creía no poder seguir tolerando esa terrible situación y se tiraba a llorar sobre su cama, hasta que Katia, la joven sirvienta rusa, la sorprendía, sin saber cómo consolarla. Al verla, la joven señora se echaba en sus brazos, buscando refugio para su tristeza y cuando escuchaba a Katia contando sus experiencias en la aldea de la que provenía, dejaba atrás sus penas e intentaba calmarla...
Los años pasaron y Olga comenzó a aceptar su nueva situación, sobre todo con la llegada de los tres hijos y gracias a la enorme ayuda que recibió de sus cuñados, especialmente la de Yarcho, que la entrenó para ser una buena enfermera, de modo tal que mucha gente de la colonia acudía a ella cuando sufrían un accidente o se les infectaba una herida, y en esas ocasiones el amplio comedor se convertía en sala de primeros auxilios, y si después de ello la situación lo ameritaba, los pacientes eran enviados al hospital de Domínguez o al de San Gregorio.
Otra de sus tareas fue la creación de la Sociedad de Beneficencia del pueblo, en la que ocupó el puesto de tesorera. Las asociadas pagaban 10 centavos por mes, y con esa cuota se daba ayuda a las mujeres que perdían a sus maridos, a las familias que por no haber podido pagar la mensualidad del campo corrían el peligro de ser desalojadas, reunir el dinero para la dote de las muchachas sin medios económicos para casarse y hasta organizar el entierro de los colonos que huyendo de la muerte en la lejana aldea, la habían encontrado en el ignoto país que el destino les había señalado.
No sólo se especializó en atender las dolencias de sus congéneres, sino que se dedicó al tratamiento de animales enfermos de carbunclo, peste que se contagiaba a través de las moscas y que terminaba con la vida de los atacados, lo que hizo que muchos campesinos, conociendo su habilidad, llevaran la hacienda para que la curara.
Gracias al impulso del Fondo se organizaron bailes en el salón de la escuela judía, seguido muchas veces por el recitado de poemas en ruso. Se ocupó también de la organización de la biblioteca, en la que no faltaron los grandes autores rusos.
Del mismo modo como lo había hecho Yarcho, su casa se constituyó en el refugio de muchos que habían escapado de Rusia después del fracaso de la Revolución de 1905, que se quedaban a vivir en el hogar de los Sajaroff por largo tiempo.
Por otra parte, la familia seguía siendo un hogar ruso, sin haberse asimilado del todo al nuevo lugar ya que en el mismo no se hablaba ídish sino el ruso, idioma utilizado por sus padres y que había sido siempre el de su niñez y juventud. Sin embargo un nuevo elemento se había incorporado a sus vidas: el mate, que se sorbía con un pedacito de azúcar en la boca, del mismo modo como se hacía con el vaso de té, acompañado por un platito de dulce casero hecho por la dueña de casa.
Otro de los hábitos que Miguel había adoptado era recorrer "La Granjita" acompañado de su infusión favorita, cebada por algún peón que trataba de alcanzarlo, casi siempre sin éxito, por lo cual después de un largo rato desistía de su intento y el mate terminaba en el bolsillo del dueño de casa.
Fue un hombre fundamentalmente bueno y generoso y en lugar de que sus hijos aprendieran los principios del Talmud, no se cansaba de repetir a ellos y a todo aquel que quisiera escucharlo "que a Dios no había que buscarlo en el cielo, sino dentro de sí y que cuando hacía un bien sentía a Dios en su interior" y como él era incapaz de tener actos de maldad, tampoco la creía posible en la naturaleza humana, al punto que si se le comunicaba que habían robado alguna vaca, le aconsejaba al denunciante que se llevara la carne y dejara el cuero, en caso de encontrarse con el animal.
A pesar de no ser un hombre religioso, por formación o convicciones propias, respetaba a los que la profesaban y como dice Efroim Elstein, ex presidente del Fondo Comunal:
"El día sábado iba a la sinagoga, pero no iba a rezar. Cuando los otros terminaban el rezo, él los reunía y les hablaba de la cooperativa. Daba gusto escucharlo. Ya no hay hombres como él en el movimiento cooperativo...".
No dudó en criar a sus hijos como verdaderos argentinos y a pesar de no haber solicitado nunca la Carta de Ciudadanía, mereció formar parte en vida del Archivo General San Martín de la Nación.
El ingeniero agrónomo se había convertido en colono, aunque sostenía que "todo trabajo agrario realizado por el agricultor o el ganadero debía acompañarse para lograr su éxito por una superestructura social que lo haga moderadamente humano".
Sin estar afiliado a ningún partido, su socialismo estaba bastante cerca del anarquismo, ya que reconocía sólo las leyes del ser humano y no las legisladas por el gobierno y la policía.
No acostumbraba a escribir los discursos que dirigía al público que concurría a la cooperativa, pero su ejemplo de vida y sus ideales fueron tan fuertes que bastaron para crear un cuerpo de hombres dispuestos a emprender su misma lucha, y sin embargo a pesar de todos los inconvenientes y de las desilusiones no perdía la esperanza de no morirse sin llegar a ver una sociedad "libre, generosa y honesta".
Sin embargo, nada mejor para entender su personalidad con la transcripción del discurso que pronunció en el primer Congreso de Cooperativas Agrícolas realizado en Entre Ríos en 1913:
"La vida del hombre gira alrededor de dos polos opuestos. Por un lado 'amarás a tu prójimo como a ti mismo' y por el otro la lucha por la existencia según la cual el hombre es el lobo del hombre, un lobo hambriento para sus semejantes como reza el proverbio latino. ¿Cómo es entonces la conducta que debemos seguir en este mundo? ¿Somos verdaderos hermanos y por consiguiente debemos amarnos, o debemos estar a la defensiva y mostrar los dientes? Es indudable que el sufrimiento humano debe tender a extirpar de nosotros el lobo... Debemos trabajar por el bienestar general... Debemos realizar día tras día obras de bien y al mismo tiempo trabajamos también por el bienestar general... En esto consiste el ideal de la cooperación de la sociedad futura a la que a diferencia de la sociedad comercial no le interesa la especulación ni ambiciona obtener una ganancia cada vez mayor".
Toda su actuación fue transparente y hasta era capaz de comentar sus propios fracasos para ser discutidos por la Comisión Directiva de la institución que él presidía.
Cualquier situación desgraciada que vivía el campesinado era compartida por él y una de las anécdotas que se cuentan al respecto es que en una ocasión en que el campo había sido azotado por uno de los peores fenómenos climáticos, el de la sequía, resultado de la falta de lluvias, en la que murieron animales y sus crías, se secaron las siembras y los árboles, mientras que al mismo tiempo los niños no pudieron ser alimentados por la imposibilidad de ordeñar las vacas, don Miguel tomó las riendas del desastre una vez más y acompañado por la gente de la Cooperativa de Bernasconi hizo un recorrido por la campiña y observando los rostros famélicos de los campesinos, sus campos cubiertos de cadáveres de vacas, y a su lado los terneros casi muertos de hambre mugiendo desesperados, no pudo evitar sumirse en la desesperación y ante ese espectáculo reunió una gran asamblea para esa misma tarde, a la que asistieron gran número de adherentes a la Federación Agraria y mientras cada uno de ellos expuso sus problemas, como la falta de artículos de primera necesidad para poder mantener a la familia, la imposibilidad de ejecutar medidas extremas como el traslado de los animales a lugares lejanos de la catástrofe para salvarlos del desastre, se encontraban ante el insalvable inconveniente de no tener dinero para hacer frente a ese gasto. Escuchando a los hombres exponiendo sus desgracias y a las mujeres que los acompañaban prorrumpiendo en llanto, los presentes, conmovidos ante semejante situación, se sintieron impotentes, sin saber cómo ayudarlos. Sin embargo, orientados por ese gran hombre, se unieron una vez más ejerciendo el verdadero sentido de la cooperación y esbozaron proyectos para solicitar créditos al Banco Nacional de Villaguay y a la empresa colonizadora. En medio de ese accionar don Miguel pidió la palabra y comenzó a describir, con lágrimas en los ojos, lo que había visto en su recorrido hasta llegar al lugar de la reunión, solicitando a los allí presentes, que habían tenido la suerte de salvarse de la sequía, que colaboraran con semillas, instrumentos de labranza, alimentos y bolsas de trigo para ayudar a sus compañeros en desgracia. Sus palabras fueron recibidas con total aprobación y se llevó a cabo lo solicitado. En esa misma fecha se aprobó su sugerencia de plantar, a pesar del desastre, árboles y flores, para que la belleza del paisaje hiciera menos dura la lucha diaria y con el tiempo, gracias a su iniciativa, Bernasconi tuvo su plaza.
Se constituyó en gestor de colectas de dinero entre los que tenían mejor situación económica para ayudar a los más pobres, del mismo modo como lo hacía su mujer desde la Sociedad de Beneficencia, y al efectuarla no dio importancia a la suma que cada uno estuviera en condiciones de donar.
Otra de sus preocupaciones fue la educación y llegó a ser el encargado de la Escuela Argentina, cargo sin remuneración, y cada vez que llegaban útiles de enseñanza destinados a la escuela rural, enviaba el carro ruso a la estación de Las Moscas para transportar los grandes cajones con los mismos. Gracias a su impulso inicial, la escolaridad llegó a un gran nivel, como lo manifiesta Beatriz Bosch:
"Bachiller del Uruguay, profesor de Paraná, eran dos pasaportes de eficiencia y dignidad acogido con respecto a lo ancho y a lo largo de la patria".
La Escuela Rural Provincial tuvo sólo tres grados y en 1916 o 1917 fue incluida en el plan Láinez, llegando a tener cuatro grados, cuando la administración del Barón de Hirsch hizo cesión de las mismas al Consejo Nacional de Educación.
Como en todo grupo humano, era bastante frecuente que aparecieran conflictos en la comunidad, y entonces él era el primero en intervenir y apaciguar los ánimos, sosteniendo que las controversias no tenían ninguna importancia, sobre todo las de tipo religioso, ya que lo primordial era mantener la integridad de la colonia. Sin embargo, su gestión no fue sencilla, sobre todo cuando en ocasiones uno de los colonos prestaba dinero a otro y éste no se lo devolvía. Entonces él mismo se hacía cargo de la deuda, esperando que el deudor, sabiendo que él la había cubierto, le devolviera por vergüenza la suma prestada, pero desgraciadamente esto no sucedía casi nunca...
Toda su vida se redujo a luchar contra la injusticia, favoreciendo a los más débiles; y así como no era capaz de denunciar a un campesino que había realizado una estafa, perjudicado a otro o cometido un robo, no soportaba la prepotencia de algunos funcionarios y más de una vez llegó a fuertes entredichos con aquellos que ocupando algún puesto, por mínimo que fuera, se sentían con derecho a creerse superiores a los demás, actitud que le indignaba, justamente a él, que trataba de igual a igual a todo aquel que lo necesitaba con total modestia.
Durante las asambleas, los colonos, olvidándose de su pasado de penurias, miseria y sufrimientos que los hermanaba, provocaban discusiones absurdas culpándose unos a otros de los males que los aquejaban, pero bastaba que él tomara la palabra para que su mensaje fuerte y optimista aquietara los ánimos hasta conseguir que renaciera la tranquilidad deseada.
Uno de sus grandes sueños fue unir las cooperativas de todo el país y el día en que se llevaría a cabo la gran asamblea coincidió con el fallecimiento de su padre. Sacando fuerzas que no tenía, no ordenó la suspensión de la misma y asistió durante cinco días al debate de las ideas en forma personal. Sólo después que finalizó todo, en el viaje de vuelta, pidió que lo dejaran para poder quedarse a solas con su dolor.
No estaba de acuerdo con ningún tipo de discriminación entre los asociados, pero no dejaba de reconocer que los diferentes grupos étnicos tenían en cuenta su origen para agruparse entre ellos, situación que aceptaba con respeto.
En 1912 decidió retirarse de la presidencia del Fondo Comunal ante el estupor de los asociados, convencidos que sin su presencia todo lo organizado se derrumbaría, pero no obstante y a pesar de sus reclamos, no cambió su resolución.
No manifestó nunca su arrepentimiento por lo que había decidido, pero se sintió sólo como alguien que hubiera perdido contacto con algo tan querido para él y no dejó de cuestionarse la resolución de las cosas que habían quedado sin hacer. Sin embargo no abandonó del todo su querida obra, ya que siendo un anciano, sin fuerzas, casi ciego, apoyado en su bastón iba a las asambleas, cumpliendo su función sólo como oyente.
Su trabajo en la organización y conducción de la cooperativa fue muy intenso, tanto que lo obligaba a viajar en forma constante, abandonando sus propios intereses, lo que provocó su derrumbe económico y su enfrentamiento a serias dificultades económicas.
Su bondad y generosidad no tenían límites y al respecto se conocen muchas anécdotas, como la que relata Salvador Efron:
"Recuerdo que un día fui a su casa. Al entrar en el patio (la casa habitación estaba a unos 200 metros de la entrada) vi a unos cuantos hombres cavando pozos. Le pregunté a don Miguel para qué necesitaba tanta gente y me dijo: " En realidad es un trabajo fuera de época, pero pasa tanta gente... buscan trabajo y piden algo para comer porque tienen hambre. La cosecha ha fracasado y no consiguen lugar para ubicarse. Entonces, en vez de darles limosna, que no es decorosa ni para el dador ni para el tomador, les doy algún trabajo, aunque no podré aprovecharlo. Les pago el jornal correspondiente y si las lluvias no tapan los pozos, los usaré para plantar árboles en la primavera que viene".
Al realizarse los congresos del Fondo, los asistentes se agrupaban a la derecha o a la izquierda, según sus convicciones políticas. En el centro se ubicaban los "neutrales", entre los que se encontraba Sajaroff, que no obstante respetaba las opiniones de los otros dos grupos.
Si bien se inclinaba por el socialismo, como muchos otros colonos de su época, no le interesaban los políticos, a pesar de ser visitado a lo largo de la vida por muchos candidatos que llegarían a ser sus grandes amigos, que le solicitaban ayuda por la gran influencia que tenía en la zona. No obstante y a pesar de sus requerimientos, no aceptó nunca ese pedido. Una amistad que cultivó siempre fue la de Nicolás Repetto, diputado socialista, casado con Fenia Chertkoff, perteneciente a una familia residente en Villa Clara, al que visitaba cuando iba a la Capital, en su casa de Vicente López.
Su intensa actividad societaria, junto a la Primera Guerra y las crisis mundiales, fueron los factores predominantes que deterioraron su empresa agrícola, de modo tal que tuvo que abandonar su casa y aceptar vivir con su hermano hasta que el Fondo Comunal le cedió una vivienda junto a un campo de 20 hectáreas, con una casa en bastante mal estado y otra más pequeña en la que podía albergar a un peón y su familia. Poco a poco, gracias a la ayuda de sus hijos, la casa se hizo habitable y llegó a tener una pequeña huerta y gallinero, de los que se abastecían para las necesidades diarias. Toda su familia lo ayudaba económicamente y lo mismo hizo el Fondo Comunal y no pasó mucho tiempo después del derrumbamiento de sus finanzas, que gracias al apoyo que le dieron los demás pudo recuperarse de sus apremios esenciales, aunque fuera en parte. La institución le enviaba un coche con chofer y no dejó de ser visitado por sus amigos, los cooperativistas, y por todos aquellos que necesitaban de su consejo y que le ofrecían su ayuda pecuniaria para sus necesidades elementales.
Su esposa había fallecido en 1937 y sintiendo tal vez que "La Granjita" no era un hogar sin su presencia, se mudó con su hija a la casa que le había ofrecido la Fraternidad Agraria, por lo cual solicitó a esa institución que él había creado, que su hija Vera, que había vivido siempre con sus padres, pudiera seguir habitando en la misma después de su fallecimiento ya que tenía como única entrada económica su modesto sueldo de maestra.
En sus últimos años dejó de asistir a congresos de cooperativas agrícolas, pero casi obligado estar presente en uno de ellos en 1937, no dudó en manifestar palabras que quedaron grabadas en la historia del cooperativismo, al decir: "La peor plaga en el movimiento cooperativo no la constituyen los socios, sino los dirigentes, que es un elemento más difícil de digerir" y no dejó de expresar sus dudas sobre la verdadera función que debían haber cumplido las cooperativas diciendo que "violan cruelmente los principios de la cooperación y se han reducido a una compra y venta de los productos traídos por los granjeros, operación en que se ha omitido el principio cooperativo".
Hablando de su padre, su hija Vera lo define como sigue: "Era un hombre muy culto, que hablaba varios idiomas y gustaba mucho de la lectura. Su biblioteca, muy completa, fue donada en vida a diversas instituciones, entre ellas la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento de Domínguez".
Hasta el final de su vida mantuvo su inquebrantable fe en la acción del cooperativismo, que él entendía como indispensable para el mejoramiento del bienestar de los hombres y comprendía que esa convicción debían hacer en los chicos de la primera edad, por lo cual fundó una cooperativa para niños que denominó "La Colmena".
Dijo Isaac Kaplan: "Sajaroff pretendió muy poco de la vida. Acompañado por su esposa, vivía muy modestamente, no obstante haberse criado en un ambiente de holgura, de padres económicamente afortunados. Su modestia no era forzada, sino natural y sincera. La elevó por encima de toda clase de vanidades, ostentaciones y costumbres".
Benjamín Bendersky, representante de la segunda generación de colonos y estrecho colaborador de Sajaroff en la cooperativa, dijo recordándolo: "... se acercaba a todo el mundo. De elocuencia notable, nunca escribió, sus enseñanzas han quedado en el recuerdo y en los corazones de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo. Su influencia aún nos guía y en momentos difíciles de resolver siempre nos preguntamos: ¿qué haría don Miguel en este caso?. Y siempre después de pensarlo, de su evocación, surge la solución".
Siendo ya muy mayor recibió un telegrama de la Dirección de Cooperativas del Ministerio de Agricultura de Entre Ríos, en el que se lo nombraba inspector de las cooperativas de la provincia por el término de seis meses, puesto que sería remunerado, y se le solicitaba al mismo tiempo que él fijara la suma para ese fin. El telegrama lo dejó preocupado por algunos días hasta que llegó a preguntarse cómo iba él a cobrar dinero, si no lo había hecho nunca, por lo cual se negó al nombramiento propuesto, a pesar de que en esos momentos pasaba por una difícil situación económica.
Sus compañeros de la primera hora ya no estaban y cuando le llega el final, a los 85 años, lo hace rodeado del afecto y respeto de los descendientes de aquellos con los que compartió tantos momentos difíciles, y es velado durante dos días por los representantes de diferentes instituciones cooperativas. Al pasar el cortejo por las calles del pueblo, los comercios cerraron sus puertas en señal de respeto y dolor.
Murió en el momento oportuno, no estuvo presente cuando el campo dejó de interesar a los más jóvenes, que buscaron nuevos horizontes en la ciudad para dedicarse a distintas profesiones o tareas comerciales. Muchos mayores los siguieron, debiendo sufrir el dolor que significaba abandonar el nuevo shtetl (aldea) y de que ubicarse en otros lugares de pertenencia, situación bastante dificultosa para gente no demasiado joven.
En cambio Olga, su mujer, no encontraba consuelo a pesar de la felicidad que sentía por compartir el amor de su compañero. Cerraba los ojos y evocaba su fiesta de casamiento, su luna de miel recorriendo Europa, sus amigas, vestidos, fiestas, sus estudios y sobre todo su familia que no sabía si volvería a ver, y cuando los volvía a abrir le parecía estar viviendo una pesadilla. Había momentos en que creía no poder seguir tolerando esa terrible situación y se tiraba a llorar sobre su cama, hasta que Katia, la joven sirvienta rusa, la sorprendía, sin saber cómo consolarla. Al verla, la joven señora se echaba en sus brazos, buscando refugio para su tristeza y cuando escuchaba a Katia contando sus experiencias en la aldea de la que provenía, dejaba atrás sus penas e intentaba calmarla...
Los años pasaron y Olga comenzó a aceptar su nueva situación, sobre todo con la llegada de los tres hijos y gracias a la enorme ayuda que recibió de sus cuñados, especialmente la de Yarcho, que la entrenó para ser una buena enfermera, de modo tal que mucha gente de la colonia acudía a ella cuando sufrían un accidente o se les infectaba una herida, y en esas ocasiones el amplio comedor se convertía en sala de primeros auxilios, y si después de ello la situación lo ameritaba, los pacientes eran enviados al hospital de Domínguez o al de San Gregorio.
Otra de sus tareas fue la creación de la Sociedad de Beneficencia del pueblo, en la que ocupó el puesto de tesorera. Las asociadas pagaban 10 centavos por mes, y con esa cuota se daba ayuda a las mujeres que perdían a sus maridos, a las familias que por no haber podido pagar la mensualidad del campo corrían el peligro de ser desalojadas, reunir el dinero para la dote de las muchachas sin medios económicos para casarse y hasta organizar el entierro de los colonos que huyendo de la muerte en la lejana aldea, la habían encontrado en el ignoto país que el destino les había señalado.
No sólo se especializó en atender las dolencias de sus congéneres, sino que se dedicó al tratamiento de animales enfermos de carbunclo, peste que se contagiaba a través de las moscas y que terminaba con la vida de los atacados, lo que hizo que muchos campesinos, conociendo su habilidad, llevaran la hacienda para que la curara.
Gracias al impulso del Fondo se organizaron bailes en el salón de la escuela judía, seguido muchas veces por el recitado de poemas en ruso. Se ocupó también de la organización de la biblioteca, en la que no faltaron los grandes autores rusos.
Del mismo modo como lo había hecho Yarcho, su casa se constituyó en el refugio de muchos que habían escapado de Rusia después del fracaso de la Revolución de 1905, que se quedaban a vivir en el hogar de los Sajaroff por largo tiempo.
Por otra parte, la familia seguía siendo un hogar ruso, sin haberse asimilado del todo al nuevo lugar ya que en el mismo no se hablaba ídish sino el ruso, idioma utilizado por sus padres y que había sido siempre el de su niñez y juventud. Sin embargo un nuevo elemento se había incorporado a sus vidas: el mate, que se sorbía con un pedacito de azúcar en la boca, del mismo modo como se hacía con el vaso de té, acompañado por un platito de dulce casero hecho por la dueña de casa.
Otro de los hábitos que Miguel había adoptado era recorrer "La Granjita" acompañado de su infusión favorita, cebada por algún peón que trataba de alcanzarlo, casi siempre sin éxito, por lo cual después de un largo rato desistía de su intento y el mate terminaba en el bolsillo del dueño de casa.
Fue un hombre fundamentalmente bueno y generoso y en lugar de que sus hijos aprendieran los principios del Talmud, no se cansaba de repetir a ellos y a todo aquel que quisiera escucharlo "que a Dios no había que buscarlo en el cielo, sino dentro de sí y que cuando hacía un bien sentía a Dios en su interior" y como él era incapaz de tener actos de maldad, tampoco la creía posible en la naturaleza humana, al punto que si se le comunicaba que habían robado alguna vaca, le aconsejaba al denunciante que se llevara la carne y dejara el cuero, en caso de encontrarse con el animal.
A pesar de no ser un hombre religioso, por formación o convicciones propias, respetaba a los que la profesaban y como dice Efroim Elstein, ex presidente del Fondo Comunal:
"El día sábado iba a la sinagoga, pero no iba a rezar. Cuando los otros terminaban el rezo, él los reunía y les hablaba de la cooperativa. Daba gusto escucharlo. Ya no hay hombres como él en el movimiento cooperativo...".
No dudó en criar a sus hijos como verdaderos argentinos y a pesar de no haber solicitado nunca la Carta de Ciudadanía, mereció formar parte en vida del Archivo General San Martín de la Nación.
El ingeniero agrónomo se había convertido en colono, aunque sostenía que "todo trabajo agrario realizado por el agricultor o el ganadero debía acompañarse para lograr su éxito por una superestructura social que lo haga moderadamente humano".
Sin estar afiliado a ningún partido, su socialismo estaba bastante cerca del anarquismo, ya que reconocía sólo las leyes del ser humano y no las legisladas por el gobierno y la policía.
No acostumbraba a escribir los discursos que dirigía al público que concurría a la cooperativa, pero su ejemplo de vida y sus ideales fueron tan fuertes que bastaron para crear un cuerpo de hombres dispuestos a emprender su misma lucha, y sin embargo a pesar de todos los inconvenientes y de las desilusiones no perdía la esperanza de no morirse sin llegar a ver una sociedad "libre, generosa y honesta".
Sin embargo, nada mejor para entender su personalidad con la transcripción del discurso que pronunció en el primer Congreso de Cooperativas Agrícolas realizado en Entre Ríos en 1913:
"La vida del hombre gira alrededor de dos polos opuestos. Por un lado 'amarás a tu prójimo como a ti mismo' y por el otro la lucha por la existencia según la cual el hombre es el lobo del hombre, un lobo hambriento para sus semejantes como reza el proverbio latino. ¿Cómo es entonces la conducta que debemos seguir en este mundo? ¿Somos verdaderos hermanos y por consiguiente debemos amarnos, o debemos estar a la defensiva y mostrar los dientes? Es indudable que el sufrimiento humano debe tender a extirpar de nosotros el lobo... Debemos trabajar por el bienestar general... Debemos realizar día tras día obras de bien y al mismo tiempo trabajamos también por el bienestar general... En esto consiste el ideal de la cooperación de la sociedad futura a la que a diferencia de la sociedad comercial no le interesa la especulación ni ambiciona obtener una ganancia cada vez mayor".
Toda su actuación fue transparente y hasta era capaz de comentar sus propios fracasos para ser discutidos por la Comisión Directiva de la institución que él presidía.
Cualquier situación desgraciada que vivía el campesinado era compartida por él y una de las anécdotas que se cuentan al respecto es que en una ocasión en que el campo había sido azotado por uno de los peores fenómenos climáticos, el de la sequía, resultado de la falta de lluvias, en la que murieron animales y sus crías, se secaron las siembras y los árboles, mientras que al mismo tiempo los niños no pudieron ser alimentados por la imposibilidad de ordeñar las vacas, don Miguel tomó las riendas del desastre una vez más y acompañado por la gente de la Cooperativa de Bernasconi hizo un recorrido por la campiña y observando los rostros famélicos de los campesinos, sus campos cubiertos de cadáveres de vacas, y a su lado los terneros casi muertos de hambre mugiendo desesperados, no pudo evitar sumirse en la desesperación y ante ese espectáculo reunió una gran asamblea para esa misma tarde, a la que asistieron gran número de adherentes a la Federación Agraria y mientras cada uno de ellos expuso sus problemas, como la falta de artículos de primera necesidad para poder mantener a la familia, la imposibilidad de ejecutar medidas extremas como el traslado de los animales a lugares lejanos de la catástrofe para salvarlos del desastre, se encontraban ante el insalvable inconveniente de no tener dinero para hacer frente a ese gasto. Escuchando a los hombres exponiendo sus desgracias y a las mujeres que los acompañaban prorrumpiendo en llanto, los presentes, conmovidos ante semejante situación, se sintieron impotentes, sin saber cómo ayudarlos. Sin embargo, orientados por ese gran hombre, se unieron una vez más ejerciendo el verdadero sentido de la cooperación y esbozaron proyectos para solicitar créditos al Banco Nacional de Villaguay y a la empresa colonizadora. En medio de ese accionar don Miguel pidió la palabra y comenzó a describir, con lágrimas en los ojos, lo que había visto en su recorrido hasta llegar al lugar de la reunión, solicitando a los allí presentes, que habían tenido la suerte de salvarse de la sequía, que colaboraran con semillas, instrumentos de labranza, alimentos y bolsas de trigo para ayudar a sus compañeros en desgracia. Sus palabras fueron recibidas con total aprobación y se llevó a cabo lo solicitado. En esa misma fecha se aprobó su sugerencia de plantar, a pesar del desastre, árboles y flores, para que la belleza del paisaje hiciera menos dura la lucha diaria y con el tiempo, gracias a su iniciativa, Bernasconi tuvo su plaza.
Se constituyó en gestor de colectas de dinero entre los que tenían mejor situación económica para ayudar a los más pobres, del mismo modo como lo hacía su mujer desde la Sociedad de Beneficencia, y al efectuarla no dio importancia a la suma que cada uno estuviera en condiciones de donar.
Otra de sus preocupaciones fue la educación y llegó a ser el encargado de la Escuela Argentina, cargo sin remuneración, y cada vez que llegaban útiles de enseñanza destinados a la escuela rural, enviaba el carro ruso a la estación de Las Moscas para transportar los grandes cajones con los mismos. Gracias a su impulso inicial, la escolaridad llegó a un gran nivel, como lo manifiesta Beatriz Bosch:
"Bachiller del Uruguay, profesor de Paraná, eran dos pasaportes de eficiencia y dignidad acogido con respecto a lo ancho y a lo largo de la patria".
La Escuela Rural Provincial tuvo sólo tres grados y en 1916 o 1917 fue incluida en el plan Láinez, llegando a tener cuatro grados, cuando la administración del Barón de Hirsch hizo cesión de las mismas al Consejo Nacional de Educación.
Como en todo grupo humano, era bastante frecuente que aparecieran conflictos en la comunidad, y entonces él era el primero en intervenir y apaciguar los ánimos, sosteniendo que las controversias no tenían ninguna importancia, sobre todo las de tipo religioso, ya que lo primordial era mantener la integridad de la colonia. Sin embargo, su gestión no fue sencilla, sobre todo cuando en ocasiones uno de los colonos prestaba dinero a otro y éste no se lo devolvía. Entonces él mismo se hacía cargo de la deuda, esperando que el deudor, sabiendo que él la había cubierto, le devolviera por vergüenza la suma prestada, pero desgraciadamente esto no sucedía casi nunca...
Toda su vida se redujo a luchar contra la injusticia, favoreciendo a los más débiles; y así como no era capaz de denunciar a un campesino que había realizado una estafa, perjudicado a otro o cometido un robo, no soportaba la prepotencia de algunos funcionarios y más de una vez llegó a fuertes entredichos con aquellos que ocupando algún puesto, por mínimo que fuera, se sentían con derecho a creerse superiores a los demás, actitud que le indignaba, justamente a él, que trataba de igual a igual a todo aquel que lo necesitaba con total modestia.
Durante las asambleas, los colonos, olvidándose de su pasado de penurias, miseria y sufrimientos que los hermanaba, provocaban discusiones absurdas culpándose unos a otros de los males que los aquejaban, pero bastaba que él tomara la palabra para que su mensaje fuerte y optimista aquietara los ánimos hasta conseguir que renaciera la tranquilidad deseada.
Uno de sus grandes sueños fue unir las cooperativas de todo el país y el día en que se llevaría a cabo la gran asamblea coincidió con el fallecimiento de su padre. Sacando fuerzas que no tenía, no ordenó la suspensión de la misma y asistió durante cinco días al debate de las ideas en forma personal. Sólo después que finalizó todo, en el viaje de vuelta, pidió que lo dejaran para poder quedarse a solas con su dolor.
No estaba de acuerdo con ningún tipo de discriminación entre los asociados, pero no dejaba de reconocer que los diferentes grupos étnicos tenían en cuenta su origen para agruparse entre ellos, situación que aceptaba con respeto.
En 1912 decidió retirarse de la presidencia del Fondo Comunal ante el estupor de los asociados, convencidos que sin su presencia todo lo organizado se derrumbaría, pero no obstante y a pesar de sus reclamos, no cambió su resolución.
No manifestó nunca su arrepentimiento por lo que había decidido, pero se sintió sólo como alguien que hubiera perdido contacto con algo tan querido para él y no dejó de cuestionarse la resolución de las cosas que habían quedado sin hacer. Sin embargo no abandonó del todo su querida obra, ya que siendo un anciano, sin fuerzas, casi ciego, apoyado en su bastón iba a las asambleas, cumpliendo su función sólo como oyente.
Su trabajo en la organización y conducción de la cooperativa fue muy intenso, tanto que lo obligaba a viajar en forma constante, abandonando sus propios intereses, lo que provocó su derrumbe económico y su enfrentamiento a serias dificultades económicas.
Su bondad y generosidad no tenían límites y al respecto se conocen muchas anécdotas, como la que relata Salvador Efron:
"Recuerdo que un día fui a su casa. Al entrar en el patio (la casa habitación estaba a unos 200 metros de la entrada) vi a unos cuantos hombres cavando pozos. Le pregunté a don Miguel para qué necesitaba tanta gente y me dijo: " En realidad es un trabajo fuera de época, pero pasa tanta gente... buscan trabajo y piden algo para comer porque tienen hambre. La cosecha ha fracasado y no consiguen lugar para ubicarse. Entonces, en vez de darles limosna, que no es decorosa ni para el dador ni para el tomador, les doy algún trabajo, aunque no podré aprovecharlo. Les pago el jornal correspondiente y si las lluvias no tapan los pozos, los usaré para plantar árboles en la primavera que viene".
Al realizarse los congresos del Fondo, los asistentes se agrupaban a la derecha o a la izquierda, según sus convicciones políticas. En el centro se ubicaban los "neutrales", entre los que se encontraba Sajaroff, que no obstante respetaba las opiniones de los otros dos grupos.
Si bien se inclinaba por el socialismo, como muchos otros colonos de su época, no le interesaban los políticos, a pesar de ser visitado a lo largo de la vida por muchos candidatos que llegarían a ser sus grandes amigos, que le solicitaban ayuda por la gran influencia que tenía en la zona. No obstante y a pesar de sus requerimientos, no aceptó nunca ese pedido. Una amistad que cultivó siempre fue la de Nicolás Repetto, diputado socialista, casado con Fenia Chertkoff, perteneciente a una familia residente en Villa Clara, al que visitaba cuando iba a la Capital, en su casa de Vicente López.
Su intensa actividad societaria, junto a la Primera Guerra y las crisis mundiales, fueron los factores predominantes que deterioraron su empresa agrícola, de modo tal que tuvo que abandonar su casa y aceptar vivir con su hermano hasta que el Fondo Comunal le cedió una vivienda junto a un campo de 20 hectáreas, con una casa en bastante mal estado y otra más pequeña en la que podía albergar a un peón y su familia. Poco a poco, gracias a la ayuda de sus hijos, la casa se hizo habitable y llegó a tener una pequeña huerta y gallinero, de los que se abastecían para las necesidades diarias. Toda su familia lo ayudaba económicamente y lo mismo hizo el Fondo Comunal y no pasó mucho tiempo después del derrumbamiento de sus finanzas, que gracias al apoyo que le dieron los demás pudo recuperarse de sus apremios esenciales, aunque fuera en parte. La institución le enviaba un coche con chofer y no dejó de ser visitado por sus amigos, los cooperativistas, y por todos aquellos que necesitaban de su consejo y que le ofrecían su ayuda pecuniaria para sus necesidades elementales.
Su esposa había fallecido en 1937 y sintiendo tal vez que "La Granjita" no era un hogar sin su presencia, se mudó con su hija a la casa que le había ofrecido la Fraternidad Agraria, por lo cual solicitó a esa institución que él había creado, que su hija Vera, que había vivido siempre con sus padres, pudiera seguir habitando en la misma después de su fallecimiento ya que tenía como única entrada económica su modesto sueldo de maestra.
En sus últimos años dejó de asistir a congresos de cooperativas agrícolas, pero casi obligado estar presente en uno de ellos en 1937, no dudó en manifestar palabras que quedaron grabadas en la historia del cooperativismo, al decir: "La peor plaga en el movimiento cooperativo no la constituyen los socios, sino los dirigentes, que es un elemento más difícil de digerir" y no dejó de expresar sus dudas sobre la verdadera función que debían haber cumplido las cooperativas diciendo que "violan cruelmente los principios de la cooperación y se han reducido a una compra y venta de los productos traídos por los granjeros, operación en que se ha omitido el principio cooperativo".
Hablando de su padre, su hija Vera lo define como sigue: "Era un hombre muy culto, que hablaba varios idiomas y gustaba mucho de la lectura. Su biblioteca, muy completa, fue donada en vida a diversas instituciones, entre ellas la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento de Domínguez".
Hasta el final de su vida mantuvo su inquebrantable fe en la acción del cooperativismo, que él entendía como indispensable para el mejoramiento del bienestar de los hombres y comprendía que esa convicción debían hacer en los chicos de la primera edad, por lo cual fundó una cooperativa para niños que denominó "La Colmena".
Dijo Isaac Kaplan: "Sajaroff pretendió muy poco de la vida. Acompañado por su esposa, vivía muy modestamente, no obstante haberse criado en un ambiente de holgura, de padres económicamente afortunados. Su modestia no era forzada, sino natural y sincera. La elevó por encima de toda clase de vanidades, ostentaciones y costumbres".
Benjamín Bendersky, representante de la segunda generación de colonos y estrecho colaborador de Sajaroff en la cooperativa, dijo recordándolo: "... se acercaba a todo el mundo. De elocuencia notable, nunca escribió, sus enseñanzas han quedado en el recuerdo y en los corazones de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo. Su influencia aún nos guía y en momentos difíciles de resolver siempre nos preguntamos: ¿qué haría don Miguel en este caso?. Y siempre después de pensarlo, de su evocación, surge la solución".
Siendo ya muy mayor recibió un telegrama de la Dirección de Cooperativas del Ministerio de Agricultura de Entre Ríos, en el que se lo nombraba inspector de las cooperativas de la provincia por el término de seis meses, puesto que sería remunerado, y se le solicitaba al mismo tiempo que él fijara la suma para ese fin. El telegrama lo dejó preocupado por algunos días hasta que llegó a preguntarse cómo iba él a cobrar dinero, si no lo había hecho nunca, por lo cual se negó al nombramiento propuesto, a pesar de que en esos momentos pasaba por una difícil situación económica.
Sus compañeros de la primera hora ya no estaban y cuando le llega el final, a los 85 años, lo hace rodeado del afecto y respeto de los descendientes de aquellos con los que compartió tantos momentos difíciles, y es velado durante dos días por los representantes de diferentes instituciones cooperativas. Al pasar el cortejo por las calles del pueblo, los comercios cerraron sus puertas en señal de respeto y dolor.
Murió en el momento oportuno, no estuvo presente cuando el campo dejó de interesar a los más jóvenes, que buscaron nuevos horizontes en la ciudad para dedicarse a distintas profesiones o tareas comerciales. Muchos mayores los siguieron, debiendo sufrir el dolor que significaba abandonar el nuevo shtetl (aldea) y de que ubicarse en otros lugares de pertenencia, situación bastante dificultosa para gente no demasiado joven.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
Extractado del libro "Los otros gauchos judíos", de la escritora Myriam Escliar.
hola a toda la gente linda de mi pueblo,me he emocionado mucho con todo lo que he leido,las fotos de damian y el reencuentro,siempre nos acordamos con mis hermanos y mami de los lindos años que vivimos ahi,un caluroso abrazo a todos mis compañeros de la escuela de leven y ruspina.
Hola !!
Quería saludarlo. mi nombre es Diego Sajaroff, soy bisnieto del Ing. Miguel Sajaroff. Soy hijo de Carlos, quien es hijo de Noé que a su vez es hijo de Miguel Sajaroff.
Me encantó leer toda la historia publicada en vuestro blog sobre la vida de mi bisabuelo.
Recuerdo cuando de chico ibamos a Villa Domínguez, pasando por Las Moscas cuando tomabamos la ruta desde Basavilbaso.
Saludos a todos y gracias.
Diego A. Sajaroff
Gente de Las Moscas,
muy bueno el trabajo de difusión de las cosas de su pueblo.
Las nuevas tecnologias permiten estas formas de dar a conocernos y es importante usarlas.
Saludos.
Exequiel Flesler - Ing. M. Sajaroff.
Quisiera saber donde está enterrado en Ing. Miguel Sajaroff y su esposa. Encontré una foto que dice ser de su tumba, pero no en que localidad está. Estela de AGJA
Respondiendo a Estela de AGJA:
El líder cooperativista ingeniero Miguel Sajaroff se encuentra sepultado en el cementerio de la antigua colonia San Gregorio (Sonnenfeld), primer cementerio judío de Entre Ríos fundado en 1892, ubicado a unos 6 kilómetros de Las Moscas aproximadamente.
Allí además se encuentra sepultado el doctor Noé Yarcho, así como por ejemplo el abuelo del escritor Alberto Gerchunoff y varios parientes de Paloma Efron ("Blackie"). Es por ello que este cementerio es conocido como "La Recoleta de la colonia Clara".