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Juan

Gustavo Baccón

Y continuando con la literatura, compartimos un cuento bien "mosquero" enviado por Gustavo Baccón desde Concordia. Gustavo es el autor y editor de un libro que lleva por título "Cazadores...", donde relata en forma de novela sobre la historia y genealogía de su familia, originaria de la comuna de Salbertrand, en el Piamonte italiano.


Juan

En los primeros años de la década del setenta yo era muy chico para entender lo que decía la revista "Así" que venía semanalmente desde Buenos Aires y mi madre compraba a veces en lo de "las Pioli", unas tías que tenían mercería en el pueblo. Sólo miraba como las fotos y comentarios que se leían dejaban preocupados a todos.
Pero a mí se me ocurría que eso era muy lejos, que nunca en la vida conocería Buenos Aires, si para ir a Moscas demorábamos como una hora, por eso íbamos poco; a veces una vez a la semana, y cuando llovía mucho menos todavía.
Claro que en el pueblo algunas cosas estaban cambiando y de eso sí me daba cuenta. El caserío le decía adiós a las calles de tierra, esas que a los copoblanos tanto hacían renegar cuando había que pasar, por ejemplo, desde el almacén de ramos generales de Cirlin hasta el negocio de Luisito Rosenfeld, al otro lado del ancho pero corto boulevard de la entrada a la villa.
Ahora disfrutaríamos de los beneficios del enripiado. ¡Todo un avance, los autos andarían igual cuando llueve! La corriente eléctrica llegó también, de la mano de una cooperativa, los vecinos tramitaron y pagaron la conexión del pueblo a la primitiva red que traía energía desde usinas instaladas en Villaguay o Concepción del Uruguay.
Las luminarias instaladas en las calles daban claras señales de progreso, pero casi imperceptiblemente taparon con su incandescencia el cielo estrellado que era una propiedad de los mosqueros. Los setenta cambiaron definitivamente todo. No más carros cargados con bolsas de cosecha, fueron desapareciendo de a poco y en esa década ya no se vieron más, dejando la tarea a los tractores con acoplado.
Los domingos en sulky a misa se estaban extinguiendo también, el "Fondo Comunal", la cooperativa agrícola más vieja de Argentina y que tenía una sucursal en el pueblo, había comenzado a declinar tan lentamente que ni siquiera nadie lo notaba. Tantas cosas se empezaron a ir despacito ¡hasta los mosqueros!...
La estación del tren que ofició de centro social por tantas décadas, ahora se empezaba a fagocitar a las personas que partimos de a poco, como en una miserable película de suspenso, donde la última víctima fue el mismo tren que dejó de pasar unos años después.
Parecía que el trabajo se fue yendo por el camino de ripio e iluminado por mercurio, y los mosqueros con él. Pero esos primeros años del setenta me tenían acelerado, como corresponde a un gurí de seis o siete años, y frente a la escuelita 37, donde cursé los siete años de primaria (siempre solo, ya que el único pibe que tenía mi edad falleció justo antes de comenzar el año), vivía Juan.
Era un personaje que parecía sacado de un libro de cuentos: sombrero de ala ancha, bombachas, botas y una disposición a narrar su historia que me resultaba fascinante. Sus continuos viajes al pueblo, conduciendo su carro "ruso", un artefacto de cuatro ruedas de madera y dos caballos en la tracción que fueron muy comunes en mi Entre Ríos, pero como en mi casa no había me fascinaba que me llevara; y esto sucedía permanentemente ya que caminábamos bastante cuando no había locomoción.
Resulta que, según él, su aparición en la colonia Las Moscas fue muy fortuita. Contaba que había nacido en algún lugar de la Banda Oriental, probablemente Fray Bentos, y que la noche que decide partir fue porque su "mamá" decidió confesarle que en realidad era su abuela... y el engaño le resultó insoportable por lo que parte, profunda la noche, al otro lado del Río Uruguay. Nunca más volvió…
Nuestra imaginación volaba cuando decidía contarnos su historia, la que no era muy creída por los mayores, pero a nosotros nos resultaba obvia y creíble… Fruto de su entusiasmo por viajar, Juan aseguraba que había llegado a Norteamérica a caballo, que esa travesía le había consumido seis años, obviamente afirmaba conocer Paraguay, Perú, Venezuela, Ecuador y todos los demás países hasta llegar a México. Allí entristecía su relato diciendo que uno de los dos perros que lo acompañaban había muerto…
Un día volvió al pueblo una mujer que con mucho esfuerzo había estudiado en Buenos Aires, y finalmente trabajaba en una empresa que por razones comerciales le envió unos meses a Ecuador. Todos escuchábamos a la "extranjera" con muchísima atención, mirábamos fotos, hasta que el viejo Juan pregunta por determinado monumento que debía estar en alguna plaza de Quito. La mujer, asombrada por la cantidad de precisiones que el paisano le daba, exclamó: -¿Y usted como sabe tanto?, a lo que el oriental respondió con una profunda satisfacción: -Yo, señorita, fui a Norteamérica a caballo, ¿Quiere que le cuente?...

3 comentarios:

Anónimo escribió sobre este tema...

Con referencia al cuento de Gustavo, recuerdo que Juan contaba que cuando pasó por el Ecuador, se bajó del caballo para estar más lejos del sol. Aseguraba tener guardado en un baúl el craneo del caballo de aquel viaje.
Era un personaje que nos inspiraba sentimientos encontrados, por un lado admiración y por el otro un poco de miedo, siempre visto con los ojos de gurises chicos.

Anónimo escribió sobre este tema...

...Se acuerdan cuando jugábamos al volley en el playon que está detrás de la escuela?? Yo era profesora en Urquiza y todas las semanas me hacía una escapada a la casa del profe Ricardo Solano y jugábamos con un grupo de gurises hermosos a la tardecita. Me quedo esa postal. Donde andaran esos gurises??

Anónimo escribió sobre este tema...

Gustavo, adelante con tus dotes de escritor. He visto tus cuentos en Internet y te felicito, me gustan mucho. Espero leer tu libro algún día. Seguí así.
Felicitaciones por el blog, está muy bueno.

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