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Una vida en cuentos

Este es el título con el que el docente y escribano Julio César Díaz publicó un libro de relatos y anécdotas sobre su vida.
Julio César nació en Hambis, departamento Colón, en marzo de 1929. Fue alumno de su padre (que llevaba su mismo nombre y también era docente y director de escuela) junto a su hermana Gloria. Egresó como maestro de la Escuela Normal "Mariano Moreno" de Concepción del Uruguay en el año 1947 y a lo largo del tiempo se desempeñó como maestro rural en distintos lugares de la provincia de Entre Ríos.
En Villa Clara se casó con Yolanda Aletti y se instaló en la colonia Rosh Pinah donde, ejerciendo la docencia, completó sus estudios de escribano en la Universidad del Litoral y continuó sus dos pasiones laborales: la escribanía y la docencia.

Una vida en cuentos[Clickeá sobre la imagen para agrandar]

Estos cuentos fueron recopilados y publicados por Julio César en su ciudad adoptiva, Concepción del Uruguay, en marzo de 2009, conmemorando así sus ochenta años. Les dejamos algunos de estos cuentos:

AYUDA A DON PEDRO
Un largo camino de tierra, oscura, polvorienta; poblada de verdes, ocres... Verde pasto, verde cardo... Rojas margaritas silvestres pintan heridas vistosas en el campo. De colonia Rosch Pinah a Domínguez estaba el rancho da Don Pedro, un poco antes de la cremería.
La "clemería" según los alumnos de la escuela (mis alumnos) era atendida por el "clemero", claro. Fabricaban crema con la leche que los colonos llevaban en carros y sulkys en mañanero transitar. El bucólico paisaje de nuestro viaje casi diario al pueblo en busca de víveres, correspondencia, conversación y noticias, todo nítidamente en mi memoria.
Don Pedro, buen amigo, trabajador y esforzado, con familia de muchos hijos en la escuela y necesidades siempre crecientes, decidió viajar a Villaguay para pedir ayuda a la Fundación Eva Perón cuya labor proficua y humana, a veces improvisada pero siempre generosa y productiva, proveía de alimentos y ropa a los pobres siempre y cuando éstos acreditaran su condición de tales.
Así Don Pedro, vestido con su mejor bombacha y sus alpargatas casi buenas, casi limpias, pañuelo al cuello y sombrero cotidiano, se dirigió a la Unidad Básica donde le informaron que debía justificar su pobreza con dos testigos. Sin amilanarse, solo y fuera de su pago, cruzó a la plaza y encaró a doa varones sentados en un banco; en su hablar pausado y criollazo les pidió que atestiguaran su condición de menesteroso. Los muchachos lo miraron con recelo y eludiendo el compromiso le respondieron:
-"¿Qué sabemos nosotros que usted es pobre? No lo conocemos..."
Don Pedro los miró con desconcierto, en su expresión ingenua se leía el desaliento... Con un brazo en la cintura se miró la bombacha descolorida y las alpargatas gastadas descartando el testimonio de su propia apariencia. Movió la cabeza y les espetó:
-"Si me firman en la Unidad Básica yo le doy diez pesos a cada uno."
Los muchachos se miraron, y dijeron al unísono: -"¡Así sí!"
Se levantaron del banco y se encaminaron juntos hacia la Unidad Básica para firmar que efectivamente Don Pedro era indigente.

SALVADO Y GRATIS
El desarrollo trajo jóvenes profesionales al pueblo y con ellos, a tónica distinta. Recién recibidos, médicos y dentistas comenzaron su profesión en el pueblo, que todavía reticente a abandonar del todo el siglo XIX se revolucionaba fácilmente ante estas novedades del progreso.
Don Guidal llegó montado a la escuela rural. Muy amigo mío, orejudo, chueco, de nariz aguileña, pequeños ojos azules y un corazón grande como el mundo...
Excitado, exultante, me informó:
-"Se le fue la mujer a Gaskansky, marchó con uno de los dotores nuevos. Tenía dos hijos... Cómo son estas mujeres, no piensan en lo que hacen ni el mal que le hacen."
Me quedé callado, sorprendido por la intempestiva noticia y tratando de interpretar esa mezcla de crítica al género con la pena de mi amigo.
Don Guidal no pareció advertir mi silencio apesadumbrado y compasivo. Moviendo la cabeza exclamó con profundo alivio:
-"...y el marido se salvó sin pagar nada."

PASCUALITO
En Entre Ríos, en la línea ferroviaria que ya no existe, entre Basavilbaso y Concordia, pasando Estación Urquiza, está Las Moscas, que aún existe.
Poblado pequeño a donde íbamos seguido para buscar mercadería, correspondencia, amigos y demás. A caballo o en sulky recorríamos una legua larga desde la escuela, con unas pocas casas cada tanto, muchas veces en el barro y bajo la lluvia. Recuerdo que nos cubríamos con una gran capa de paño negro que, aunque no era impermeable cumplía la noble función de cobijarnos.
Era el año 1952, Pascualito Pérez, boxeador peso mosca nos dio el alegrón del primer campeonato mundial argentino; todos lo celebramos con emoción, pero no tanto como un paisanito del pueblo, que eufórico, no cesaba de exclamar con glorioso triunfalismo: "¡Así nomás Moscas... tiene un campeón!".


EPPUR SI MUOVE
Lluvia y barro, barro y lluvia en la soledad de la Escuela, en el medio del campo. La familia se había quedado en el pueblo por enfermedad y ya iban cuatro días iguales de estudio y más estudio, interrumpido sólo para cocinarme algo; ni radio podía escuchar por el ruido de la descarga.
Sin ver a nadie ni oír una voz humana en varios días, sentí con gran alivio que golpeaban la puerta: un entrañable amigo que desafiando las inclemencias del tiempo llegó a caballo, tal vez buscando desentumecer el aburrimiento.
Intercambiando saludos afectuosos advertí que no había hablado con alguien en varios días; mi aislamiento me había hecho olvidar también del tema que por entonces, 1957, ocupaba todo el espectro de la vida cotidiana: no se hablabas más que del satélite artificial que los rusos habían puesto en órbita.
Mi inesperada visita era un sencillo hombre de campo, tan ingenuo como bondadoso y solidario. El tema del momento había despertado su curiosidad y estimulado por el temporal acudió al amigo más "leido" que tenía cerca. Así que mientras se sentaba en la galería y antes de yo pudiera hacerlo, me espetó la pregunta "¿Qué es eso del sateli?"
Todo mi espíritu vibró al compás de la compañía humana y haciendo gala de mis recursos didácticos, me acomodé en la silla, puse al frente los puños tratando de representar los movimientos de traslación y rotación de la tierra, a la par que iniciaba una explicación simple: "Vea Don Abraham, así como la Tierra se mueve...", levanté la vista hacia él y en vez de la expresión de entendimiento que esperaba, me encontré con un gesto entre alarmado y escéptico. Con incredulidad preguntó: "¿Se mueve...?".
Al tiempo me enteré de que mi amigo muy preocupado, comentó el hecho en el boliche del pueblo: "El maestro está loco ¡dice que la Tierra se mueve!", entre sonoras carcajadas de los contertulios. ¡Oh Galileo Galilei 1957!

2 comentarios:

Lia Villalba escribió sobre este tema...

Me alegra mucho encontrarlos, ya que pase mi infancia en Villa San Marcial. Muy bueno lo de la ruta 20, yo hace 50 años que escuchaba promesas, los felicito por el logro y por haber soportado tantos años de espera, son muy perseverantes. Ademas quisiera saludar a Marta Kaplan, a Ñata Goudard y a todas las chicas que cursaron en la decada del 50 la primaria. ¡QUE BUENO SERIA ENCONTRARNOS! Un abrazo grandote.

Lia
Mail: liapety2000@yahoo.com.ar
Ciudadela -Buenos Aires-Argentina

Anónimo escribió sobre este tema...

hola fedlicito a ese chico de la foto fede ese soy yo de aca de dominguez un saludo para todos

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