Ah, me olvidé presentarme: soy Jorge, hijo de María Cirlin, una de las hijas de Jaime y Rebeca Cirlin y tengo ya 64 años. He pasado con mis abuelos y tíos todas y cada una de las vacaciones estivales de mi infancia y juventud (a caballo con Basavilbaso, con mis tíos Abraham Golub y Nelly). Ya al día siguiente de terminar las clases en Gualeguay estaba montado en el tren rumbo a mi terruño.
Nombres y apellidos como Román Henderson, Negra Rotela, los Edelcopp, Luisito Rosenfeld, Sivak, Tito Pioli, Holtzman, Merlo y un larguísimo etcétera volvieron a mi memoria como si fuera ayer. En especial recuerdo a Ramón Rodríguez con su inseparable cigarro, la mano derecha de mi abuelo, que me aguantaba las travesuras sobre las bolsas de cereales del galpón del ferrocarril y respondía mis insistentes preguntas sobre el tema, a su hijo "Huguito", entrañable amigo lo mismo que "Licho" Noguera que arreglaban lo que yo "ordenaba" en los cajones de la tienda a mi mejor saber y entender. Un especial afecto para el Dr. Lifchitz y su hijo Alberto que me dejó "huérfano" de compañero de verano cuando se fueron a vivir a La Plata y ya Las Moscas se me hizo más aburrida (además de las hormonas que me pedían más Basavilbaso).
Recuerdo con placer el agua de pozo, fresca y agradable, las noches límpidas y estrelladas 360 grados a la redonda y alumbradas solo por las luciérnagas, el aire puro y el silencio acogedor, el olor a "pasto fresco" de la plaza, el arrullo de las gotas de lluvia sobre las chapas de zinc aunque no tan gratamente los barriales que se formaban al día siguiente ni el tener que salir a hacer mis necesidades fisiológicas fuera de la casa. Recuerdo las interminables veladas de charla, lectura y partidas de ajedrez con mi tía Fanny, la esposa de Beine, mis "peleas a muerte" con los numerosos gatos que había para combatir los roedores, el no hacer nada y la emoción de la llegada de los parques de atracciones y circos.¡Que felicidad!
Hace casi veinte años que vivo en Madrid y hace muchísimo que no voy por allá (mi intención se frustró un fin de año de hace unos años estando en Santa Fe, con todo organizado, y una huelga de expendedores de combustible lo impidió).
Ahora leo que el pueblo está en extinción pero que hay una esperanza de rescate. Ojalá se dé, porque me duele que se sufra donde el tan mentado "estándar de vida" está en lo más alto (y si no comprueben las tasas de longevidad) y que desearíamos tener los que vivimos en las grandes ciudades con todos sus progresos.
Un abrazo para todos los mosqueros.