De acuerdo a lo que se puede leer en la contratapa de su libro, titulado "Hechos", Fernando Luis Rotela nació en Las Moscas, cursando allí sus estudios primarios, y tiempo más tarde obtuvo en la Escuela Normal de Maestros Rurales "Juan Bautista Alberdi", cercana a la ciudad de Paraná, el título de maestro.
Se desempeñó luego como director en tres escuelas rurales y, por los sucesivos ascensos obtenidos, se radicó finalmente en Concepción del Uruguay, donde recibió el diploma de Profesor para la Enseñanza Primaria en la Escuela Normal de Profesores "Mariano Moreno", culminando su larga carrera docente en el cargo de Supervisor Escolar.
Fue gremialista docente, participó activamente en la creación de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (C.T.E.R.A.) y militó por muchos años en el movimiento cooperativo, especialmente en el escolar, siendo coautor del Decreto Reglamentario de la Ley de Educación Cooperativa de Entre Ríos.
"Hechos" contiene cuentos breves de sucesos reales acaecidos durante la primera mitad del siglo XX. De este libro, extraemos los siguientes relatos para compartir con ustedes:
"QUE LAS HAY... LAS HAY"
La sentencia "no creo en brujas pero que las hay, las hay", no es privativa de nuestro país, sino que en todas partes las fantasías y creencias populares son comunes entre la gente de todo estrato social.
Así hablan de la "luz mala" sin explicar el por qué de ese mote de "mala", ya que no es conocido el caso de que estas luces hayan hecho mal a alguien. Simplemente se ven y eso es cierto. En el campo aparecen estas luces que no son más que fosforescencias de la tierra en lugares que alguna vez fueron habitados, taperas, donde han quedado enterrados metales, huesos, etc., que son los causantes de estos fenómenos…
Claro, la fantasía y el temor de la gente adornan esta visión con anécdotas de todo tipo.
Aparecen los hombres sin cabeza, fantasmas, espíritus o aparecidos cerca de los cementerios y cosas por el estilo.
De ahí surge una muy conocida ocurrida, según dicen, en París, Francia, del hombre que, haciendo gala de corajudo y de no temerle a los muertos, apostó con otros amigos que iría al cementerio en una noche oscura y lluviosa y colocaría un clavo en el árbol ubicado en el centro del campo santo como prueba de su apuesta.
Efectivamente, el hombre fue con el martillo y el clavo, el que colocó en el árbol, tal lo convenido.
Aquí surge el problema.
Cuando el hombre trata de retirarse siente que lo sostienen de la manga. Ahí se le termina el coraje y sale espantado hacia el bar donde sus amigos lo esperaban, en un estado de total desesperación y cuenta lo ocurrido.
Los amigos, ante esta situación y para corroborar la colocación del clavo en el árbol, se hacen de coraje y con faroles van al cementerio, donde comprueban que el amigo decía la verdad. Encontraron el clavo en el árbol pero con un pedazo de la manga de la capa que, sin querer había clavado y que el corajudo en su estampida, al sentir que lo tiraban desde atrás, había arrancado.
a) "LA ALCANTARILLA DEL AHORCADO"
Ubicada entre dos localidades de Entre Ríos, sobre las vías del ferrocarril, hay una alcantarilla llamada "del ahorcado", porque de los hierros de ella se encontró colgado a un linyera.
Era un lugar de paso para estas personas que caminaban sin rumbo, sin destino fijo, con su "mono" a cuesta en el que llevaban sus enseres mínimos y alguna manta para las noches.
En algún momento también se los llamó crotos, confundiéndolos con los que viajaban gratis gracias a la Ley del Ministro Croto, en trenes de carga, rumbo a las deschaladas de maíz en las provincias de Córdoba, Santa Fe y principalmente Buenos Aires.
El linyera caminaba y uno de los lugares de descanso era precisamente debajo de esa alcantarilla.
No buscaban trabajo y generalmente era gente pacífica. Se acercaban a las casas y pedían algo para comer y luego seguían su lamino, sin dar razones de ese modo de vida o las causas que lo llevaron a esa situación.
Lo cierto es que apareció uno de ellos ahorcado, sin saberse si fue suicidio o víctima de un asesinato.
Tampoco se supo quién era ni de dónde venía, simplemente un linyera más.
Así comenzó el comentario de que el ahorcado se aparecía. Nunca se dijo que atacara a alguien, pero el temor se hizo presa del lugar, alimentado por la superstición popular y las fantasías de las charlas de fogón.
Un día Luisito volvía a su casa y debía pasar frente a la alcantarilla.
Era un hermoso medio día de setiembre y su montado, la briosa yegua "Conga", tiraba del freno buscando la querencia. En ese momento vio salir debajo de la alcantarilla una figura fantasmal, pelo y barba larga, ojos penetrantes, desnudo, haciendo ademanes como queriendo acercarse.
"Conga", sorprendida, se espantó y Luisito, sin demora, clavó talones y salió a media carrera tomando distancia. Se detuvo a unos ciento cincuenta metros más adelante, se dio vuelta y no vio más aquella tan desagradable aparición. Tampoco se tomó el trabajo de averiguar qué había pasado y siguió su camino con un tremendo interrogante, ¿qué había visto? ¿Lo comentaría al llegar y se expondría a las chanzas de quien lo escuchara?
Prefirió callar pero no se podía olvidar del asunto, hasta que un día en una charla muy amena con su mejor amigo le confesó lo que había visto.
Felizmente, su interlocutor conocía el caso de una familia que vivía en las cercanías y que tenía un hijo en esas condiciones: no aceptaba ropas, salvo en pleno invierno algo parecido a un poncho, vagaba por los campos, dormía en los galpones donde recibía la comida, no se afeitaba ni se cortaba el cabello.
La aclaración había llegado.
Quedaba atrás, por lo menos en este caso, el fantasma del ahorcado.
b) "EL PUENTE DE LAS CANARIAS"
A unos veinte kilómetros al sur de "La Alcantarilla del Ahorcado", se encuentra un puente carretero y a unos pocos metros el ferroviario, sobre el Arroyo "Las Canarias".
También, por causas lejanas y muy difíciles de establecer, tenía su historia de aparecidos.
En este caso, según los comentarios, un hombre sin cabeza se subía al anca de los caballos, sulkys y carros que pasaban, especialmente de noche.
Tampoco se decía que hiciera mal o atacara a alguien, pero el temor hacía que se evitara pasar de noche por el lugar.
Así las cosas, en una oportunidad los del pueblo vecino invita-ron a una bailanta. También, como es natural contrataron a un musiquero, el rengo Fermín.
La barra de muchachos y chicas se acomodaron en un carro y se dirigieron a la fiesta, en noche cerrada pero, al acercarse al puente de "Las Canarias" escucharon una música que nítidamente se percibía en el silencio del lugar.
No pensaron mucho. Dieron la vuelta y adiós a la fiesta, sólo quedaron los comentarios de lo ocurrido.
Hasta que se aclara la situación.
El musiquero se había adelantado y esperando el carro no tuvo mejor idea que ponerse a tocar el acordeón sobre el Puente, lo que provocó la estampida de los bailarines, quienes tuvieron que aguantarse las cargadas de todos y ganarse fama de acobardados.
El sin cabeza no tuvo nada que ver.
c) "EL TALA EMBRUJADO"
A la vera de un camino de colonia había un frondoso tala al que se respetaba mucho porque, según la creencia popular, estaba embrujado. Aparecían luces, cantaba o lloraba una mujer y se oían ruidos de toda clase, lo que asustaba a los animales y ni que hablar a las personas que pasaban por el lugar.
Todo lo aquí mencionado, era adornado por los comentarios de la gente, a lo que cada uno sumaba dramatismo, tal como ocurre siempre en casos similares.
Una noche le tocó pasar al Felipe, a quien su caballo había dejado de a pie.
Venía muy intranquilo mirando el tala y con las orejas abiertas, cuando observó un bulto que se movía debajo del tala.
No preguntó nada, como es de imaginar, sacó el revolver 38 y disparó obteniendo como respuesta el rebuzno del burro de un vecino que tenía como refugio natural ese lugar.
No cantó la mujer, no aparecieron luces ni se escucharon ruidos raros.
Sólo el quejido del pobre burro.
ch) "EL TROPEZÓN"
El norte santafesino, zona de antiguas reservaciones indígenas, no puede estar ajeno al tema de las brujas, aparecidos, fantasmas, etc., etc.
"El Tropezón" era una curva de noventa grados sobre el camino principal entre dos localidades del lugar, enmarcada por frondosos árboles, por lo menos en los años cuarenta, los que a la noche lo hacían más tenebroso.
No se hablaba en esta circunstancia de fantasmas ni aparecidos, sino como lugar de desgracias.
Los caballos se mancaban, los vehículos se rompían provocando accidentes, había gente que perdía el juicio al cruzar por esa curva maldita.
Por supuesto, como en todos estos casos, no se encuentran explicaciones racionales, los hechos suceden y nada más.
Luisito pasó una noche a caballo por el lugar cuando tenía doce años junto a un hermano mayor, al que había acompañado a revisar tropillas de caballos que compraba para un frigorífico de Entre Ríos. Era la época de la mecanización del agro y los caballos sobraban en el campo.
Salieron de su casa después del medio día y visitaron varias chacras donde los dueños tenían las tropillas preparadas para la venta Llegaron a la última ya al atardecer, por lo que, al emprender la vuelta, la noche se hizo presente.
Les quedaban dos alternativas: desandaban el camino de varias leguas o tomaban el más corto por "El Tropezón" para acortar el viaje, ya que a esa hora tanto personas como animales sentían el cansancio propio de un día movido.
Por si algo faltara, el dueño de los caballos les hizo notar que si tomaban el camino más corto pasarían por "El Tropezón", a lo que el hermano mayor fingió no darle importancia.
Así se fueron acercando al lugar y lo notable fue el nerviosismo de los montados: orejas tensas y resoplando por sus narices sin causa aparente.
Avanzaban al paso como preparados para una espantada en cualquier momento.
A Luisito se le hacía duro el apero.
Pero nada sucedió. Pasaron la curva, donde la oscuridad era mas intensa por la sombra de los árboles y de inmediato, a todo galope, enfilaron para la querencia, quedando sólo como algo extraño el nerviosismo de los caballos, ajenos, por supuesto, a toda superstición.
Pero, como se dice por ahí que "el diablo no quiere cosas limpias", cuando la mala fama del lugar se había atemperado, vino a ocurrir un dramático episodio, justo a pocos metros de la tan mal afamada curva de las desgracias.
Una familia de otra provincia había comprado un importante establecimiento de campo en las cercanías y se arrimó para inaugurarlo, en coincidencia con el casamiento de un hijo de la dueña.
Viajaban en dos automóviles, en uno el novio y su futuro cuñado y en otro el resto de la familia, entre los que se encontraban la madre y la novia, lejos de imaginar todos el drama que se avecinaba.
Los dos muchachos se adelantaron para ir cazando algunas copetonas que abundaban en la zona
Cerca del mentado lugar se cruzó una martineta y uno de ellos se bajó con la escopeta, quedando el futuro cuñado en el auto.
Levantó la copetona cobrada y volvió al auto con un cartucho sin usar, el que se disparó accidentalmente dando muerte al otro joven, al que, prácticamente, descabezó.
A poca distancia avanzaba el otro vehículo con los familiares, los que al llegar se encontraron con un cuadro desgarrador.
Uno de los jóvenes revolcándose en el suelo en medio de un tremendo ataque de nervios y desesperación, y el otro muerto en el asiento del auto.
Una espantosa tragedia se había hecho presente. Decía la gente: tuvo que ser en "El Tropezón"
d) "ENTRE CURANDEROS Y MANOS SANTAS"
Manos "chantas", dirían algunos, pensamiento que nace en el acontecer diario y por lo visto y oído, no sólo en los comentarios de la gente en general, sino también en los medios periodísticos y televisivos en los que, cámara oculta mediante, se ha desnudado a muchos de estos "chantas", vividores y aprovechadores de la ingenuidad de las personas que caen en sus manos, a quienes se defrauda en su fe y se les aliviana el bolsillo, ya que si no hay dinero la cosa no funciona.
Pero felizmente no siempre es así.
Hay personas a quienes nuestros mayores les llamaban "saludadores", atribuyéndoseles, además, la existencia de una cruz debajo de la lengua.
Lo que no deja dudas es que tenían un poder especial y seguro se mantiene en la actualidad, poder que no usan para enriquecerse pero sí para bien del prójimo: cura del empacho, verrugas, dolor de muelas, entre otros.
e) "FROIQUE, EL CURANDERO"
Amigo entrañable de Luisito, judío muy religioso y curandero de animales únicamente, en especial las bicheras de cuanto animal de los vecinos la padeciera.
En una ocasión, viajando en sulky con el amigo, pasaron por un haras donde criaban caballos pura sangre de carrera.
El dueño del establecimiento salió a la calle y le pidió a Froique que le curara el padrillo abichado, a lo que éste accedió y le dijo: "mañana temprano el animal no tendrá ni un gusano pero debe dejarlo afuera esta noche, de lo contrario le volteará el box a patadas mientras lo cure". Así, sin más explicaciones…
Al día siguiente, a media mañana, llegó el señor del haras muy contento, dijo que el padrillo estaba curado y le agradeció al "mano santa" su intervención, la que se realizó sin remuneración alguna, por supuesto.
Luisito quedó impresionado y le preguntó al amigo detalles sobre lo que había sucedido. Este, simplemente le manifestó que un criollo viejo le había dejado el poder cuando él era muy joven, situación por la que el mismo anciano había pasado. Desde entonces cura las bicheras de los animales con todo éxito, oraciones de por medio.
Un acontecer pocas veces visto: un cristiano le transmitió el poder de curar a otra persona cuya religión, si bien de raíces comunes, está en la vereda de enfrente.
Casi una transculturación, podría decirse.
Lo importante es que los animales que no entienden de culturas, religiones ni sugestiones, se curaban. ¿Por imperio de qué? Vaya uno a saber.
e) "LA DRA. GUERRERO, TRAUMATOLOGA"
Un título muy importante, sin duda, pero esta buena señora no pasó por ninguna Universidad y menos aún por la de Medicina.
Eso si, de lo que no hay dudas es sobre la cantidad de personas curadas por ella. Todas por dolores en los huesos, que era su "especialidad".
Gente de todas partes, deportistas, profesionales, amas de casa y otros, integran un grupo grande de agradecidos. La mayoría sin conocerla siquiera, ya que no era necesario visitarla, sólo enviarle el nombre completo, su fecha de nacimiento y mencionar la dolencia que le aquejaba.
No indicaba medicina alguna y no requería dinero en retribución, solamente comestibles y especialmente yerba para su infaltable mate, ayuda indispensable para sobrellevar su largo día sentada en una silla, ya que carecía, casi totalmente, de movilidad.
Sus poderes no alcanzaban para ella.
Luisito, en un momento de su vida, comenzó a padecer dolor en una rodilla, sin causa aparente, ya que no recordaba haberse golpeado o accidentado.
La dolencia fue en aumento y llegó a casi no poder caminar.
Un día, taxi de por medio, concurrió al consultorio de su médico cardiólogo al que, después de la consulta de rigor, le comentó el problema de la rodilla y éste, a pesar de no ser su especialidad, lo revisó, no encontró nada que pudiera apreciar y le aconsejó consultar a un traumatólogo.
De regreso, en el mismo taxi, el chofer le preguntó por la dificultad en la rodilla y le ofreció hacerlo curar, a lo que Luisito aceptó agradecido, por lo que el amigo se dirigió a la casa de la buena señora "manosanta" y le pidió curar al señor x de la rodilla tal.
Aquí comenzó el misterio, ya que la señora le dijo que "el nombre estaba equivocado y que no era esa la rodilla que dolía."
Volvió el amigo con las novedades y con las cosas en claro regresó al hogar de la señora "traumatóloga", la que esta vez aceptó los datos proporcionados.
El chofer, por error, le dio el nombre de uno de sus hijos y se equivocó de rodilla.
De ahí en más la dolencia fue desapareciendo hasta hacerlo totalmente.
Luisito visitó nuevamente a su cardiólogo, el que no salía de su asombro por la mejoría, máxime cuando conoció los detalles de lo sucedido, en especial el hecho de no aceptar datos equivocados.
Por la misma razón, nuestro amigo sintió curiosidad, deseo de conocer y agradecer a quien lo había curado y decidió visitarla.
Se encontró con una señora bastante mayor, muy amable, a quien preguntó el por qué de su disposición de curar a sus semejantes, mientras no podía hacerlo por ella.
La señora le dijo que desde muy chiquita le pedía a Dios que le permitiera curar a las personas. Cierto día llegó una mujer, conocida de la familia, con dolores en un brazo, ella sintió que el momento había llegado y le dijo que la curaría.
Pasado poco tiempo se curó.
Desde entonces, se pueden contar por centenares los favorecidos.
Luisito le llevó los datos de muchos amigos, los que después de ocho años siguen en perfecto estado. Ninguno conoció a la señora.
Pero los misterios de la señora "traumatóloga" no dejan de asombrar.
En una oportunidad le llevaron los datos de una mujer que tenía muchos males encima, entre ellos dolores en los huesos.
La "Dra. Guerrero" miró el papel y dijo: "pobre mujer, quizás los dolores de los huesos se le curen, pero parece que le pasó un tren por arriba".
En otra ocasión le hicieron llegar las señas de alguien que no quería hacerlo
Leyó la esquela, quedó un momento en silencio y luego expresó: "éste me va a dar trabajo porque no cree en nada".
¡No creo en brujas, pero que las hay, las hay!
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Se desempeñó luego como director en tres escuelas rurales y, por los sucesivos ascensos obtenidos, se radicó finalmente en Concepción del Uruguay, donde recibió el diploma de Profesor para la Enseñanza Primaria en la Escuela Normal de Profesores "Mariano Moreno", culminando su larga carrera docente en el cargo de Supervisor Escolar.
Fue gremialista docente, participó activamente en la creación de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (C.T.E.R.A.) y militó por muchos años en el movimiento cooperativo, especialmente en el escolar, siendo coautor del Decreto Reglamentario de la Ley de Educación Cooperativa de Entre Ríos.
"Hechos" contiene cuentos breves de sucesos reales acaecidos durante la primera mitad del siglo XX. De este libro, extraemos los siguientes relatos para compartir con ustedes:
"QUE LAS HAY... LAS HAY"
La sentencia "no creo en brujas pero que las hay, las hay", no es privativa de nuestro país, sino que en todas partes las fantasías y creencias populares son comunes entre la gente de todo estrato social.
Así hablan de la "luz mala" sin explicar el por qué de ese mote de "mala", ya que no es conocido el caso de que estas luces hayan hecho mal a alguien. Simplemente se ven y eso es cierto. En el campo aparecen estas luces que no son más que fosforescencias de la tierra en lugares que alguna vez fueron habitados, taperas, donde han quedado enterrados metales, huesos, etc., que son los causantes de estos fenómenos…
Claro, la fantasía y el temor de la gente adornan esta visión con anécdotas de todo tipo.
Aparecen los hombres sin cabeza, fantasmas, espíritus o aparecidos cerca de los cementerios y cosas por el estilo.
De ahí surge una muy conocida ocurrida, según dicen, en París, Francia, del hombre que, haciendo gala de corajudo y de no temerle a los muertos, apostó con otros amigos que iría al cementerio en una noche oscura y lluviosa y colocaría un clavo en el árbol ubicado en el centro del campo santo como prueba de su apuesta.
Efectivamente, el hombre fue con el martillo y el clavo, el que colocó en el árbol, tal lo convenido.
Aquí surge el problema.
Cuando el hombre trata de retirarse siente que lo sostienen de la manga. Ahí se le termina el coraje y sale espantado hacia el bar donde sus amigos lo esperaban, en un estado de total desesperación y cuenta lo ocurrido.
Los amigos, ante esta situación y para corroborar la colocación del clavo en el árbol, se hacen de coraje y con faroles van al cementerio, donde comprueban que el amigo decía la verdad. Encontraron el clavo en el árbol pero con un pedazo de la manga de la capa que, sin querer había clavado y que el corajudo en su estampida, al sentir que lo tiraban desde atrás, había arrancado.
a) "LA ALCANTARILLA DEL AHORCADO"
Ubicada entre dos localidades de Entre Ríos, sobre las vías del ferrocarril, hay una alcantarilla llamada "del ahorcado", porque de los hierros de ella se encontró colgado a un linyera.
Era un lugar de paso para estas personas que caminaban sin rumbo, sin destino fijo, con su "mono" a cuesta en el que llevaban sus enseres mínimos y alguna manta para las noches.
En algún momento también se los llamó crotos, confundiéndolos con los que viajaban gratis gracias a la Ley del Ministro Croto, en trenes de carga, rumbo a las deschaladas de maíz en las provincias de Córdoba, Santa Fe y principalmente Buenos Aires.
El linyera caminaba y uno de los lugares de descanso era precisamente debajo de esa alcantarilla.
No buscaban trabajo y generalmente era gente pacífica. Se acercaban a las casas y pedían algo para comer y luego seguían su lamino, sin dar razones de ese modo de vida o las causas que lo llevaron a esa situación.
Lo cierto es que apareció uno de ellos ahorcado, sin saberse si fue suicidio o víctima de un asesinato.
Tampoco se supo quién era ni de dónde venía, simplemente un linyera más.
Así comenzó el comentario de que el ahorcado se aparecía. Nunca se dijo que atacara a alguien, pero el temor se hizo presa del lugar, alimentado por la superstición popular y las fantasías de las charlas de fogón.
Un día Luisito volvía a su casa y debía pasar frente a la alcantarilla.
Era un hermoso medio día de setiembre y su montado, la briosa yegua "Conga", tiraba del freno buscando la querencia. En ese momento vio salir debajo de la alcantarilla una figura fantasmal, pelo y barba larga, ojos penetrantes, desnudo, haciendo ademanes como queriendo acercarse.
"Conga", sorprendida, se espantó y Luisito, sin demora, clavó talones y salió a media carrera tomando distancia. Se detuvo a unos ciento cincuenta metros más adelante, se dio vuelta y no vio más aquella tan desagradable aparición. Tampoco se tomó el trabajo de averiguar qué había pasado y siguió su camino con un tremendo interrogante, ¿qué había visto? ¿Lo comentaría al llegar y se expondría a las chanzas de quien lo escuchara?
Prefirió callar pero no se podía olvidar del asunto, hasta que un día en una charla muy amena con su mejor amigo le confesó lo que había visto.
Felizmente, su interlocutor conocía el caso de una familia que vivía en las cercanías y que tenía un hijo en esas condiciones: no aceptaba ropas, salvo en pleno invierno algo parecido a un poncho, vagaba por los campos, dormía en los galpones donde recibía la comida, no se afeitaba ni se cortaba el cabello.
La aclaración había llegado.
Quedaba atrás, por lo menos en este caso, el fantasma del ahorcado.
b) "EL PUENTE DE LAS CANARIAS"
A unos veinte kilómetros al sur de "La Alcantarilla del Ahorcado", se encuentra un puente carretero y a unos pocos metros el ferroviario, sobre el Arroyo "Las Canarias".
También, por causas lejanas y muy difíciles de establecer, tenía su historia de aparecidos.
En este caso, según los comentarios, un hombre sin cabeza se subía al anca de los caballos, sulkys y carros que pasaban, especialmente de noche.
Tampoco se decía que hiciera mal o atacara a alguien, pero el temor hacía que se evitara pasar de noche por el lugar.
Así las cosas, en una oportunidad los del pueblo vecino invita-ron a una bailanta. También, como es natural contrataron a un musiquero, el rengo Fermín.
La barra de muchachos y chicas se acomodaron en un carro y se dirigieron a la fiesta, en noche cerrada pero, al acercarse al puente de "Las Canarias" escucharon una música que nítidamente se percibía en el silencio del lugar.
No pensaron mucho. Dieron la vuelta y adiós a la fiesta, sólo quedaron los comentarios de lo ocurrido.
Hasta que se aclara la situación.
El musiquero se había adelantado y esperando el carro no tuvo mejor idea que ponerse a tocar el acordeón sobre el Puente, lo que provocó la estampida de los bailarines, quienes tuvieron que aguantarse las cargadas de todos y ganarse fama de acobardados.
El sin cabeza no tuvo nada que ver.
c) "EL TALA EMBRUJADO"
A la vera de un camino de colonia había un frondoso tala al que se respetaba mucho porque, según la creencia popular, estaba embrujado. Aparecían luces, cantaba o lloraba una mujer y se oían ruidos de toda clase, lo que asustaba a los animales y ni que hablar a las personas que pasaban por el lugar.
Todo lo aquí mencionado, era adornado por los comentarios de la gente, a lo que cada uno sumaba dramatismo, tal como ocurre siempre en casos similares.
Una noche le tocó pasar al Felipe, a quien su caballo había dejado de a pie.
Venía muy intranquilo mirando el tala y con las orejas abiertas, cuando observó un bulto que se movía debajo del tala.
No preguntó nada, como es de imaginar, sacó el revolver 38 y disparó obteniendo como respuesta el rebuzno del burro de un vecino que tenía como refugio natural ese lugar.
No cantó la mujer, no aparecieron luces ni se escucharon ruidos raros.
Sólo el quejido del pobre burro.
ch) "EL TROPEZÓN"
El norte santafesino, zona de antiguas reservaciones indígenas, no puede estar ajeno al tema de las brujas, aparecidos, fantasmas, etc., etc.
"El Tropezón" era una curva de noventa grados sobre el camino principal entre dos localidades del lugar, enmarcada por frondosos árboles, por lo menos en los años cuarenta, los que a la noche lo hacían más tenebroso.
No se hablaba en esta circunstancia de fantasmas ni aparecidos, sino como lugar de desgracias.
Los caballos se mancaban, los vehículos se rompían provocando accidentes, había gente que perdía el juicio al cruzar por esa curva maldita.
Por supuesto, como en todos estos casos, no se encuentran explicaciones racionales, los hechos suceden y nada más.
Luisito pasó una noche a caballo por el lugar cuando tenía doce años junto a un hermano mayor, al que había acompañado a revisar tropillas de caballos que compraba para un frigorífico de Entre Ríos. Era la época de la mecanización del agro y los caballos sobraban en el campo.
Salieron de su casa después del medio día y visitaron varias chacras donde los dueños tenían las tropillas preparadas para la venta Llegaron a la última ya al atardecer, por lo que, al emprender la vuelta, la noche se hizo presente.
Les quedaban dos alternativas: desandaban el camino de varias leguas o tomaban el más corto por "El Tropezón" para acortar el viaje, ya que a esa hora tanto personas como animales sentían el cansancio propio de un día movido.
Por si algo faltara, el dueño de los caballos les hizo notar que si tomaban el camino más corto pasarían por "El Tropezón", a lo que el hermano mayor fingió no darle importancia.
Así se fueron acercando al lugar y lo notable fue el nerviosismo de los montados: orejas tensas y resoplando por sus narices sin causa aparente.
Avanzaban al paso como preparados para una espantada en cualquier momento.
A Luisito se le hacía duro el apero.
Pero nada sucedió. Pasaron la curva, donde la oscuridad era mas intensa por la sombra de los árboles y de inmediato, a todo galope, enfilaron para la querencia, quedando sólo como algo extraño el nerviosismo de los caballos, ajenos, por supuesto, a toda superstición.
Pero, como se dice por ahí que "el diablo no quiere cosas limpias", cuando la mala fama del lugar se había atemperado, vino a ocurrir un dramático episodio, justo a pocos metros de la tan mal afamada curva de las desgracias.
Una familia de otra provincia había comprado un importante establecimiento de campo en las cercanías y se arrimó para inaugurarlo, en coincidencia con el casamiento de un hijo de la dueña.
Viajaban en dos automóviles, en uno el novio y su futuro cuñado y en otro el resto de la familia, entre los que se encontraban la madre y la novia, lejos de imaginar todos el drama que se avecinaba.
Los dos muchachos se adelantaron para ir cazando algunas copetonas que abundaban en la zona
Cerca del mentado lugar se cruzó una martineta y uno de ellos se bajó con la escopeta, quedando el futuro cuñado en el auto.
Levantó la copetona cobrada y volvió al auto con un cartucho sin usar, el que se disparó accidentalmente dando muerte al otro joven, al que, prácticamente, descabezó.
A poca distancia avanzaba el otro vehículo con los familiares, los que al llegar se encontraron con un cuadro desgarrador.
Uno de los jóvenes revolcándose en el suelo en medio de un tremendo ataque de nervios y desesperación, y el otro muerto en el asiento del auto.
Una espantosa tragedia se había hecho presente. Decía la gente: tuvo que ser en "El Tropezón"
d) "ENTRE CURANDEROS Y MANOS SANTAS"
Manos "chantas", dirían algunos, pensamiento que nace en el acontecer diario y por lo visto y oído, no sólo en los comentarios de la gente en general, sino también en los medios periodísticos y televisivos en los que, cámara oculta mediante, se ha desnudado a muchos de estos "chantas", vividores y aprovechadores de la ingenuidad de las personas que caen en sus manos, a quienes se defrauda en su fe y se les aliviana el bolsillo, ya que si no hay dinero la cosa no funciona.
Pero felizmente no siempre es así.
Hay personas a quienes nuestros mayores les llamaban "saludadores", atribuyéndoseles, además, la existencia de una cruz debajo de la lengua.
Lo que no deja dudas es que tenían un poder especial y seguro se mantiene en la actualidad, poder que no usan para enriquecerse pero sí para bien del prójimo: cura del empacho, verrugas, dolor de muelas, entre otros.
e) "FROIQUE, EL CURANDERO"
Amigo entrañable de Luisito, judío muy religioso y curandero de animales únicamente, en especial las bicheras de cuanto animal de los vecinos la padeciera.
En una ocasión, viajando en sulky con el amigo, pasaron por un haras donde criaban caballos pura sangre de carrera.
El dueño del establecimiento salió a la calle y le pidió a Froique que le curara el padrillo abichado, a lo que éste accedió y le dijo: "mañana temprano el animal no tendrá ni un gusano pero debe dejarlo afuera esta noche, de lo contrario le volteará el box a patadas mientras lo cure". Así, sin más explicaciones…
Al día siguiente, a media mañana, llegó el señor del haras muy contento, dijo que el padrillo estaba curado y le agradeció al "mano santa" su intervención, la que se realizó sin remuneración alguna, por supuesto.
Luisito quedó impresionado y le preguntó al amigo detalles sobre lo que había sucedido. Este, simplemente le manifestó que un criollo viejo le había dejado el poder cuando él era muy joven, situación por la que el mismo anciano había pasado. Desde entonces cura las bicheras de los animales con todo éxito, oraciones de por medio.
Un acontecer pocas veces visto: un cristiano le transmitió el poder de curar a otra persona cuya religión, si bien de raíces comunes, está en la vereda de enfrente.
Casi una transculturación, podría decirse.
Lo importante es que los animales que no entienden de culturas, religiones ni sugestiones, se curaban. ¿Por imperio de qué? Vaya uno a saber.
e) "LA DRA. GUERRERO, TRAUMATOLOGA"
Un título muy importante, sin duda, pero esta buena señora no pasó por ninguna Universidad y menos aún por la de Medicina.
Eso si, de lo que no hay dudas es sobre la cantidad de personas curadas por ella. Todas por dolores en los huesos, que era su "especialidad".
Gente de todas partes, deportistas, profesionales, amas de casa y otros, integran un grupo grande de agradecidos. La mayoría sin conocerla siquiera, ya que no era necesario visitarla, sólo enviarle el nombre completo, su fecha de nacimiento y mencionar la dolencia que le aquejaba.
No indicaba medicina alguna y no requería dinero en retribución, solamente comestibles y especialmente yerba para su infaltable mate, ayuda indispensable para sobrellevar su largo día sentada en una silla, ya que carecía, casi totalmente, de movilidad.
Sus poderes no alcanzaban para ella.
Luisito, en un momento de su vida, comenzó a padecer dolor en una rodilla, sin causa aparente, ya que no recordaba haberse golpeado o accidentado.
La dolencia fue en aumento y llegó a casi no poder caminar.
Un día, taxi de por medio, concurrió al consultorio de su médico cardiólogo al que, después de la consulta de rigor, le comentó el problema de la rodilla y éste, a pesar de no ser su especialidad, lo revisó, no encontró nada que pudiera apreciar y le aconsejó consultar a un traumatólogo.
De regreso, en el mismo taxi, el chofer le preguntó por la dificultad en la rodilla y le ofreció hacerlo curar, a lo que Luisito aceptó agradecido, por lo que el amigo se dirigió a la casa de la buena señora "manosanta" y le pidió curar al señor x de la rodilla tal.
Aquí comenzó el misterio, ya que la señora le dijo que "el nombre estaba equivocado y que no era esa la rodilla que dolía."
Volvió el amigo con las novedades y con las cosas en claro regresó al hogar de la señora "traumatóloga", la que esta vez aceptó los datos proporcionados.
El chofer, por error, le dio el nombre de uno de sus hijos y se equivocó de rodilla.
De ahí en más la dolencia fue desapareciendo hasta hacerlo totalmente.
Luisito visitó nuevamente a su cardiólogo, el que no salía de su asombro por la mejoría, máxime cuando conoció los detalles de lo sucedido, en especial el hecho de no aceptar datos equivocados.
Por la misma razón, nuestro amigo sintió curiosidad, deseo de conocer y agradecer a quien lo había curado y decidió visitarla.
Se encontró con una señora bastante mayor, muy amable, a quien preguntó el por qué de su disposición de curar a sus semejantes, mientras no podía hacerlo por ella.
La señora le dijo que desde muy chiquita le pedía a Dios que le permitiera curar a las personas. Cierto día llegó una mujer, conocida de la familia, con dolores en un brazo, ella sintió que el momento había llegado y le dijo que la curaría.
Pasado poco tiempo se curó.
Desde entonces, se pueden contar por centenares los favorecidos.
Luisito le llevó los datos de muchos amigos, los que después de ocho años siguen en perfecto estado. Ninguno conoció a la señora.
Pero los misterios de la señora "traumatóloga" no dejan de asombrar.
En una oportunidad le llevaron los datos de una mujer que tenía muchos males encima, entre ellos dolores en los huesos.
La "Dra. Guerrero" miró el papel y dijo: "pobre mujer, quizás los dolores de los huesos se le curen, pero parece que le pasó un tren por arriba".
En otra ocasión le hicieron llegar las señas de alguien que no quería hacerlo
Leyó la esquela, quedó un momento en silencio y luego expresó: "éste me va a dar trabajo porque no cree en nada".
¡No creo en brujas, pero que las hay, las hay!